Soy de la generación que empezó a leer con Harry Potter. Antes de conocer esta saga escrita por Joanne K. Rowling, los libros para mí eran eso que las maestras nos querían imponer. Había que leer porque era bueno, porque era saludable, decían tanto madres como maestras del primario. Durante la primaria la mayoría de los cuentos que había leído eran adaptaciones muy suavizadas de los cuentos de los hermanos Grimm que aparecían en los libros de texto del colegio (que casi siempre eran de la editorial Santillana). La lectura hasta ese momento había sido una imposición externa, nada que me interesara mucho.
Las cosas cambiaron un poco cuando me topé con Harry Potter, un libro que ya estaba de moda allá por el 2001 cuando había salido la cuarta novela. Ese libro tenía la particularidad de no subestimar al joven lector como si lo hacían muchos de los textos que había que leer en el colegio. Hoy se le crítica que es un libro muy marketinero o comercial, pero sin lugar a dudas es una lectura atrapante con una historia bastante original y bien realizada. Fue ahí cuando descubrí la verdadera actividad de la lectura y sus maravillas, al pasar mi vista por las letras decodificaba significados y mi cabeza reproducía una representación mental de los hechos que quien escribía quería narrar. Era como ver un programa o una serie interesante en la tele, con la diferencia fundamental de que el lector tenía una participación más activa y de que podía avanzar todo lo que quisiese hasta llegar al final.
Aún después de leer las novelas fantásticas de Harry no tuve mucha curiosidad por leer otros libros, consideraba que la mayoría eran más bien aburridos y que Harry Potter no era más que una rara excepción. En segundo año del secundario leí “Colmillo Blanco” de Jack London, lectura obligatoria para Lengua. Yo la había empezado a leer antes, más que nada porque venía junto con el libro de texto y me daba un poco de curiosidad. La novela me había gustado mucho, la historia trataba sobre un perro-lobo cuya personalidad iba evolucionando y cambiando a medida que cambiaba de amo. Un buen libro.
A fines de ese mismo año había empezado a leer las novelas de Arthur Conan Doyle protagonizadas por el detective londinense Sherlock Holmes, más que nada porque este personaje era muy nombrado en uno de mis animes favoritos que es Detective Conan. Llegué a leer unos cuantos libros de Holmes, de los cuales las novelas que mas puedo recomendar son “Estudio en Escarlata” y “El Perro de los Baskerville” (el libro de casos cortos “Las Memorias de Sherlock Holmes”, también es genial, pero se necesitan algunas lecturas previas de casos del detective para poder disfrutarlo bien). Tengo que admitir que los casos tenían un nivel de detalle muy alto y muchas veces no podía entender muy bien su lógica y resolución, perdiéndome entre tantos datos y detallecitos, pero lo que sí me encantaba eran la personalidad y las maneras del protagonista.
En tercer año del secundario me tocó un excelente Profesor de Lengua y la temática de ese curso era la Literatura Latinoamericana. Leímos muy buenas obras del siglo XX y ese fue el mejor año de Lengua de todo el secundario, habiendo aprendido un montón. Dos de las mejores novelas que leímos durante ese año (y en todo el secundario) fueron “Los Cachorros” de Mario Vargas Llosa y “El Juguete Rabioso” de Roberto Arlt, historias relativamente breves de no más de cuatro o cinco capítulos pero de gran valor.
A fines del 2004 leí por recomendación Demian de Hermann Hesse, que terminó convirtiéndose en una de mis lecturas de cabecera por varios años. Es una historia difícil de resumir en pocas palabras, transcurre en la Europa previa a la primera guerra, y nos cuenta la historia de un chico desde los diez años hasta su temprana adultez. Si bien a Hesse se lo considera uno de los últimos representantes del romanticismo alemán, esta novela tiene claras influencias de las corrientes expresionistas e irracionalistas del período de entreguerras durante el cual fue escrita. Un relato muy místico y onírico, típico de su época. Por esos días yo tenía quince años y si bien hoy eso es una obviedad, para eso momento la simple idea de que algo no es necesariamente cierto por el hecho de que muchas personas lo crean, o que el hecho de que mucha gente diga algo eso no sea una verdad, me había fascinado. Los quince años son una edad complicada, al punto de que hoy ya algunos hablan de “La Crisis de los Quince”.
Con la aprobación de Demian decidí abrirme más a la lectura de clásicos y ese mismo verano me compré “La Metamorfosis” de Kafka y “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley. El primero me había gustado pero me había resultado un poco denso, en cuanto al segundo no me produjo lo mismo que si le había producido a algunos amigos que lo habían leído, sentí como que me deprimió sin necesidad, y aclaro que deprimir no es lo mismo que conmover. Sentí que la novela de Huxley no me había aportado mucho y era más lo que me había deprimido, sin embargo me llegaron a decir una frase clásica en el ámbito de la lectura: “Por ahí no estás en tu momento de leerlo”.
Luego de esto decidí retomar la lectura de Hermann Hesse, y agarré libros como “Bajo la Rueda” o “Peter Camenzind”, ambos basados en distintas etapas de la vida del autor. “El Lobo Estepario” también lo leí y me gustó bastante aunque debo confesar que no logré entender el final.
Los libros de Harry Potter los seguí leyendo a medida que salían, pero ya como un buen clásico y no como un libro muy revelador, a diferencia de Demian y de uno de los próximos libros que leería.
Para el verano anterior a comenzar quinto año me enganché con “El Guardían entre el Centeno” (The Catcher in the Rye) de J.D. Salinger. Holden Caulfield, el protagonista, es ya un clásico de la cultura norteamericana, un adolescente que esta podrido de la sociedad en la que vive, a la cual él considera bastante hipócrita. La novela nos cuenta lo que es de su vida durante los tres días posteriores a que él se escape del colegio por haber sido expulsado (en realidad no iba a poder cursar el año siguiente pero tenía que quedarse durante los tres días que le quedaban de clases), mientras vaga por los distintos lugares de Nueva York descubrimos a diferentes personas, así como la opinión de Holden sobre ellos y sobre la vida. Un gran clásico del siglo XX, una lectura muy divertida y crítica, pero aunque el lector no lo espere, también tiene varias partes muy dulces.
Las cosas cambiaron un poco cuando me topé con Harry Potter, un libro que ya estaba de moda allá por el 2001 cuando había salido la cuarta novela. Ese libro tenía la particularidad de no subestimar al joven lector como si lo hacían muchos de los textos que había que leer en el colegio. Hoy se le crítica que es un libro muy marketinero o comercial, pero sin lugar a dudas es una lectura atrapante con una historia bastante original y bien realizada. Fue ahí cuando descubrí la verdadera actividad de la lectura y sus maravillas, al pasar mi vista por las letras decodificaba significados y mi cabeza reproducía una representación mental de los hechos que quien escribía quería narrar. Era como ver un programa o una serie interesante en la tele, con la diferencia fundamental de que el lector tenía una participación más activa y de que podía avanzar todo lo que quisiese hasta llegar al final.
Aún después de leer las novelas fantásticas de Harry no tuve mucha curiosidad por leer otros libros, consideraba que la mayoría eran más bien aburridos y que Harry Potter no era más que una rara excepción. En segundo año del secundario leí “Colmillo Blanco” de Jack London, lectura obligatoria para Lengua. Yo la había empezado a leer antes, más que nada porque venía junto con el libro de texto y me daba un poco de curiosidad. La novela me había gustado mucho, la historia trataba sobre un perro-lobo cuya personalidad iba evolucionando y cambiando a medida que cambiaba de amo. Un buen libro.
A fines de ese mismo año había empezado a leer las novelas de Arthur Conan Doyle protagonizadas por el detective londinense Sherlock Holmes, más que nada porque este personaje era muy nombrado en uno de mis animes favoritos que es Detective Conan. Llegué a leer unos cuantos libros de Holmes, de los cuales las novelas que mas puedo recomendar son “Estudio en Escarlata” y “El Perro de los Baskerville” (el libro de casos cortos “Las Memorias de Sherlock Holmes”, también es genial, pero se necesitan algunas lecturas previas de casos del detective para poder disfrutarlo bien). Tengo que admitir que los casos tenían un nivel de detalle muy alto y muchas veces no podía entender muy bien su lógica y resolución, perdiéndome entre tantos datos y detallecitos, pero lo que sí me encantaba eran la personalidad y las maneras del protagonista.
En tercer año del secundario me tocó un excelente Profesor de Lengua y la temática de ese curso era la Literatura Latinoamericana. Leímos muy buenas obras del siglo XX y ese fue el mejor año de Lengua de todo el secundario, habiendo aprendido un montón. Dos de las mejores novelas que leímos durante ese año (y en todo el secundario) fueron “Los Cachorros” de Mario Vargas Llosa y “El Juguete Rabioso” de Roberto Arlt, historias relativamente breves de no más de cuatro o cinco capítulos pero de gran valor.
A fines del 2004 leí por recomendación Demian de Hermann Hesse, que terminó convirtiéndose en una de mis lecturas de cabecera por varios años. Es una historia difícil de resumir en pocas palabras, transcurre en la Europa previa a la primera guerra, y nos cuenta la historia de un chico desde los diez años hasta su temprana adultez. Si bien a Hesse se lo considera uno de los últimos representantes del romanticismo alemán, esta novela tiene claras influencias de las corrientes expresionistas e irracionalistas del período de entreguerras durante el cual fue escrita. Un relato muy místico y onírico, típico de su época. Por esos días yo tenía quince años y si bien hoy eso es una obviedad, para eso momento la simple idea de que algo no es necesariamente cierto por el hecho de que muchas personas lo crean, o que el hecho de que mucha gente diga algo eso no sea una verdad, me había fascinado. Los quince años son una edad complicada, al punto de que hoy ya algunos hablan de “La Crisis de los Quince”.
Con la aprobación de Demian decidí abrirme más a la lectura de clásicos y ese mismo verano me compré “La Metamorfosis” de Kafka y “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley. El primero me había gustado pero me había resultado un poco denso, en cuanto al segundo no me produjo lo mismo que si le había producido a algunos amigos que lo habían leído, sentí como que me deprimió sin necesidad, y aclaro que deprimir no es lo mismo que conmover. Sentí que la novela de Huxley no me había aportado mucho y era más lo que me había deprimido, sin embargo me llegaron a decir una frase clásica en el ámbito de la lectura: “Por ahí no estás en tu momento de leerlo”.
Luego de esto decidí retomar la lectura de Hermann Hesse, y agarré libros como “Bajo la Rueda” o “Peter Camenzind”, ambos basados en distintas etapas de la vida del autor. “El Lobo Estepario” también lo leí y me gustó bastante aunque debo confesar que no logré entender el final.
Los libros de Harry Potter los seguí leyendo a medida que salían, pero ya como un buen clásico y no como un libro muy revelador, a diferencia de Demian y de uno de los próximos libros que leería.
Para el verano anterior a comenzar quinto año me enganché con “El Guardían entre el Centeno” (The Catcher in the Rye) de J.D. Salinger. Holden Caulfield, el protagonista, es ya un clásico de la cultura norteamericana, un adolescente que esta podrido de la sociedad en la que vive, a la cual él considera bastante hipócrita. La novela nos cuenta lo que es de su vida durante los tres días posteriores a que él se escape del colegio por haber sido expulsado (en realidad no iba a poder cursar el año siguiente pero tenía que quedarse durante los tres días que le quedaban de clases), mientras vaga por los distintos lugares de Nueva York descubrimos a diferentes personas, así como la opinión de Holden sobre ellos y sobre la vida. Un gran clásico del siglo XX, una lectura muy divertida y crítica, pero aunque el lector no lo espere, también tiene varias partes muy dulces.