martes, 27 de abril de 2010

A few good books (Parte 1)

Soy de la generación que empezó a leer con Harry Potter. Antes de conocer esta saga escrita por Joanne K. Rowling, los libros para mí eran eso que las maestras nos querían imponer. Había que leer porque era bueno, porque era saludable, decían tanto madres como maestras del primario. Durante la primaria la mayoría de los cuentos que había leído eran adaptaciones muy suavizadas de los cuentos de los hermanos Grimm que aparecían en los libros de texto del colegio (que casi siempre eran de la editorial Santillana). La lectura hasta ese momento había sido una imposición externa, nada que me interesara mucho.

Las cosas cambiaron un poco cuando me topé con Harry Potter, un libro que ya estaba de moda allá por el 2001 cuando había salido la cuarta novela. Ese libro tenía la particularidad de no subestimar al joven lector como si lo hacían muchos de los textos que había que leer en el colegio. Hoy se le crítica que es un libro muy marketinero o comercial, pero sin lugar a dudas es una lectura atrapante con una historia bastante original y bien realizada. Fue ahí cuando descubrí la verdadera actividad de la lectura y sus maravillas, al pasar mi vista por las letras decodificaba significados y mi cabeza reproducía una representación mental de los hechos que quien escribía quería narrar. Era como ver un programa o una serie interesante en la tele, con la diferencia fundamental de que el lector tenía una participación más activa y de que podía avanzar todo lo que quisiese hasta llegar al final.

Aún después de leer las novelas fantásticas de Harry no tuve mucha curiosidad por leer otros libros, consideraba que la mayoría eran más bien aburridos y que Harry Potter no era más que una rara excepción. En segundo año del secundario leí “Colmillo Blanco” de Jack London, lectura obligatoria para Lengua. Yo la había empezado a leer antes, más que nada porque venía junto con el libro de texto y me daba un poco de curiosidad. La novela me había gustado mucho, la historia trataba sobre un perro-lobo cuya personalidad iba evolucionando y cambiando a medida que cambiaba de amo. Un buen libro.

A fines de ese mismo año había empezado a leer las novelas de Arthur Conan Doyle protagonizadas por el detective londinense Sherlock Holmes, más que nada porque este personaje era muy nombrado en uno de mis animes favoritos que es Detective Conan. Llegué a leer unos cuantos libros de Holmes, de los cuales las novelas que mas puedo recomendar son “Estudio en Escarlata” y “El Perro de los Baskerville” (el libro de casos cortos Las Memorias de Sherlock Holmes”, también es genial, pero se necesitan algunas lecturas previas de casos del detective para poder disfrutarlo bien). Tengo que admitir que los casos tenían un nivel de detalle muy alto y muchas veces no podía entender muy bien su lógica y resolución, perdiéndome entre tantos datos y detallecitos, pero lo que sí me encantaba eran la personalidad y las maneras del protagonista.

En tercer año del secundario me tocó un excelente Profesor de Lengua y la temática de ese curso era la Literatura Latinoamericana. Leímos muy buenas obras del siglo XX y ese fue el mejor año de Lengua de todo el secundario, habiendo aprendido un montón. Dos de las mejores novelas que leímos durante ese año (y en todo el secundario) fueron “Los Cachorros” de Mario Vargas Llosa y “El Juguete Rabioso” de Roberto Arlt, historias relativamente breves de no más de cuatro o cinco capítulos pero de gran valor.

A fines del 2004 leí por recomendación Demian de Hermann Hesse, que terminó convirtiéndose en una de mis lecturas de cabecera por varios años. Es una historia difícil de resumir en pocas palabras, transcurre en la Europa previa a la primera guerra, y nos cuenta la historia de un chico desde los diez años hasta su temprana adultez. Si bien a Hesse se lo considera uno de los últimos representantes del romanticismo alemán, esta novela tiene claras influencias de las corrientes expresionistas e irracionalistas del período de entreguerras durante el cual fue escrita. Un relato muy místico y onírico, típico de su época. Por esos días yo tenía quince años y si bien hoy eso es una obviedad, para eso momento la simple idea de que algo no es necesariamente cierto por el hecho de que muchas personas lo crean, o que el hecho de que mucha gente diga algo eso no sea una verdad, me había fascinado. Los quince años son una edad complicada, al punto de que hoy ya algunos hablan de “La Crisis de los Quince”.

Con la aprobación de Demian decidí abrirme más a la lectura de clásicos y ese mismo verano me compré “La Metamorfosis” de Kafka y “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley. El primero me había gustado pero me había resultado un poco denso, en cuanto al segundo no me produjo lo mismo que si le había producido a algunos amigos que lo habían leído, sentí como que me deprimió sin necesidad, y aclaro que deprimir no es lo mismo que conmover. Sentí que la novela de Huxley no me había aportado mucho y era más lo que me había deprimido, sin embargo me llegaron a decir una frase clásica en el ámbito de la lectura: “Por ahí no estás en tu momento de leerlo”.

Luego de esto decidí retomar la lectura de Hermann Hesse, y agarré libros como “Bajo la Rueda” o “Peter Camenzind”, ambos basados en distintas etapas de la vida del autor. “El Lobo Estepario” también lo leí y me gustó bastante aunque debo confesar que no logré entender el final.

Los libros de Harry Potter los seguí leyendo a medida que salían, pero ya como un buen clásico y no como un libro muy revelador, a diferencia de Demian y de uno de los próximos libros que leería.

Para el verano anterior a comenzar quinto año me enganché con “El Guardían entre el Centeno” (The Catcher in the Rye) de J.D. Salinger. Holden Caulfield, el protagonista, es ya un clásico de la cultura norteamericana, un adolescente que esta podrido de la sociedad en la que vive, a la cual él considera bastante hipócrita. La novela nos cuenta lo que es de su vida durante los tres días posteriores a que él se escape del colegio por haber sido expulsado (en realidad no iba a poder cursar el año siguiente pero tenía que quedarse durante los tres días que le quedaban de clases), mientras vaga por los distintos lugares de Nueva York descubrimos a diferentes personas, así como la opinión de Holden sobre ellos y sobre la vida. Un gran clásico del siglo XX, una lectura muy divertida y crítica, pero aunque el lector no lo espere, también tiene varias partes muy dulces.

lunes, 12 de abril de 2010

La Vieja milagrosa (Basado en una historia real)

Lo que estan a punto de leer es una anécdota que no me pasó a mí, sino a una persona cercana. Cuando me la contaron no podía parar de cagarme de la risa, hasta el punto que me fue inevitable decirme a mí mismo: "Tengo que escribir algo sobre eso". Y así fue como me senté con esta persona y la empecé a entrevistar pidiéndole algunos detalles y el orden cronólogico de los hechos. De todas formas no es lo mismo escuchar la historia oralmente de quien la vivío, conociéndolo, que leer la versión escrita de alguien que no fue parte de ella. En fín, espero al menos entretenerlos un rato. Disfruten la lectura!!

La Vieja milagrosa:

Salía de un local de la avenida Santa Fe luego de haberme comprado un par de zapatillas deportivas que iba a usar para correr. Esas zapatillas las había visto el día anterior cuando había venido al centro para hacer un trámite, pero como no tenía mi tarjeta conmigo no las iba a poder comprar en cuotas, por eso las había reservado para comprarlas al día siguiente. Fui para la parada del 60 que estaba sobre la calle Ayacucho. Esperando el colectivo me encontré con una señora desorientada preguntando cual de todos la podía dejar en el hipódromo de San Isidro. Le respondí que cualquiera que dijera “alto”, o “bajo”, o cualquiera que fuera por la avenida Maipú.

- Igual quédese tranquila que yo justo voy para esa zona. – le dije.

Mientras esperábamos el colectivo, ella me contaba que había venido para el centro porque había tenido que visitar a una amiga a la cual se le había muerto el hijo de treinta años en Bariloche, hacía excursiones de turismo aventura. El tipo, según esta señora, llevaba gente en “esas camionetas grandes”.

- ¿Una cuatro por cuatro?
- No, no, esas que son mas grandes. Yo por suerte no necesito nada de eso porque desde que entré en esta comunidad ya estoy limpia, estoy purificada y me sacaron toda la porquería que había tenido antes adentro. Me limpiaron, porque la Biblia dice que todos tenemos el don de exorcizar a los demás. ¡Y los curas no hacen nada! Tengo una amiga que va a esas Iglesias de gente bien y cada vez esta peor.

El colectivo había llegado, la deje subir primero.

- Hasta el hipódromo de San Isidro,- le dijo la mujer al colectivero- pero no voy a jugar, eh.

No entendía la necesidad de aclarar algo que no iba a hacer. Además, ¿en que le podía influir que el colectivero lo supiera o no?

- No entiendo que tiene de malo que vaya a jugar. - le dije al chofer.
- Claro, claro. – me respondió

Yo ya me sentía un poco incomodo con esa señora. Cuando me estaba por sentar, la escuchaba desde el fondo golpeando el asiento vacío de al lado de ella y diciéndome “¡Sentáte acá! ¡Sentáte acá!”. Por pura cortesía y un poco de pelotudo me senté.

Me había empezado a hablar de cómo había conseguido la plata para el boleto del colectivo: le iba pidiendo cambio a la gente, pero ésta no le aceptaba los billetes de dos o de cinco pesos y le daban el cambio en monedas directamente. Metía la mano en la cartera y decía cosas como “Dame plata, Diosito” y además de muchas monedas, mostraba billetes de cien pesos, ¡¡Delante de un completo desconocido!! Además pensaba: “esta sin buscarlo y sin dedicarse a ello, sacó un montón de plata de pedirla en la calle”-

Entre las cosas que seguía sacando de la cartera había sacado un papel de su dentista, un turno, bah.

- Ah, esto es del dentista. – me dijo.

El dentista era un delincuente que le había hecho mal el trabajo, según ella, porque ella a él le había caído mal. Yo por dentro pensaba: “Y... muy posiblemente debe haber sido así.”

Le había pagado no me acuerdo cuanto para que le implante unos dientes postizos, y lo había hecho mal. Ella se había terminado sacando los dientes y se los había arreglado ella misma, después, cuando había vuelto, no le había dicho nada al dentista para que no se diera cuenta. No podía entender bien algo, ¿para qué había vuelto al dentista si trabajaba mal?

- No, no, después nos reíamos… - me dijo – me contaba, pero al parecer no tenía demasiada estabilidad. – a ese lo voy a tener que demandar. ¡¡Porque me hizo mal el trabajo, porque me hizo un desastre!!

Y así ella seguía quejándose sobre el dentista y diciendo que lo iba a demandar hasta que en un momento no se que le pasó por la cabeza y dijo: “No, no, lo perdono, lo perdono”.

Después sacó otro papel y me lo dio, era de ese culto al que pertenecía. Me había llamado un poco la atención porque lo primero que leía en el folleto era un fragmento de una canción de Bob Marley. Cuando leí eso por curiosidad, pedí quedármelo para observarlo más detenidamente en casa, a pesar de que ya sentía un poco de rechazo por esa vieja.

Siguió hablándome de su vida, me contaba que tenía problemas en la espalda (algo que se llamaba “herencia de disco”, o algo así) y dedos martillo, según los nombres que usaba ella, además sentía siempre calor, por el fuego negativo que llevaba adentro, me decía. El problema en la espalda lo tenía porque le hacían cargar el mueble. ¡Cómo si yo supiera de qué mueble me estaba hablando! Y ahí volvió a repetir que los de su religión la habían liberado, que la habían exorcizado.

- ¿Hace mucho que practica esa religión? – le había preguntado.
- No, no, hará unos dos años. Me enteré de esa comunidad por mi hija, igual ella ya no viene más. Antes vivía en la cama, y de un día para el otro, luego de visitar el centro, se me fueron todos los dolores, se me fueron los dedos martillo, y sentí una felicidad plena, sentía que estaba en comunión con Jesús.
- ¿Y su marido no la acompaña a esos lugares?
- No, falleció antes de que yo supiera que existía ese centro.

No me acuerdo como había salido el tema, pero me comentó que nunca en su vida había ido a tomar un café en un bar, y ya tenía ochenta y tres años…

- ¿Nunca fue con su marido?
- ¡No! ¡Me da asco! ¡asco! ¡asco! Cuando mis amigas me dicen de tomar un café les digo de venir a mi casa. ¿Acaso no hay más que un café? Lo que si nunca vi, pero me gustaría ver es una obra de teatro de humor.
- Pero señora: ¿Por qué no se fija en el diario? en la parte de espectáculos, seguro que ahí encuentra algo.
- No, ¿pero yo cómo se cuales son cómicos?
- Se puede fijar, figura el género de las obras, o sino le pregunta a alguien que sepa.
- ¡No! ¿Para qué comprar el diario? ¡¿Para abrirlo y ver solamente culos?!

No entendía a que se refería, pero mas adelante, después de haberle contando esa anécdota a otras personas, me dirían que en general los diarios de distribución gratuita son mas del estilo que decía esa vieja, podía ser que la tipa solamente hubiera leído de reojo ese tipo de diarios, aunque la verdad, ni idea.

En sus constantes negaciones a las sugerencias que uno le daba, me empezaba a saturar cada vez más y eso hizo que el martirio se fuera acrecentando. Aparte hablaba con un tono muy alto parecido al estilo que usa Aschira para hablar.

En un momento, como para no dar tregua al viaje, apareció un músico, y la señora había empezado a hablar mal de los músicos:

- A estos yo no les doy nada. Habiendo viejos, pobres y discapacitados estos que tienen todo el cuerpo tendrían que estar trabajando.

Ya me estaba produciendo bronca…

- Yo admiro mucho a los músicos y aparte están trabajando. ¡¿Sabe el talento que hay que tener para tocar así?!
- Bueno, entonces que vayan a tocar a la Iglesia.

Ya no era incomodidad lo que sentía, era rechazo, repulsión. Cuando el guitarrista terminó de interpretar su primer canción aplaudí con énfasis para expresar mi admiración y respeto hacia el músico.

Había decidido no escucharla, ni hablar más, pero aún así ella me seguía hablando como si yo lo estuviera prestando la mejor de las atenciones, y a mi me daba vergüenza levantarme del asiento. Entre el murmullo y su tono alto y brujeril escuche que me seguía hablando de una vez que sus amigos en el bajo la habían llevado a un pajonal, o a un terreno baldío y entonces ella se había puesto a correr y correr. Sus amigos la buscaban hasta que la vieron arriba de un arbol mientras gritaba: “¡estoy acá! ¡estoy acá! ¡soy la mona chita!”

Disculpen, algunas cosas pueden perder el sentido y no tener algo de lógica, yo para ese momento trataba de no escucharla, pero aún así ella seguía hablando y necesito hacer la historia fiel a lo que recuerdo, pero no puedo desarrollarla completamente acorde a la realidad.

Ya estábamos a cuadras de llegar al hipódromo y ella me había empezado a dar una y otra vez ese sermón martirizante de que “el juego es pecado” mientras yo recordaba que en minutos iba a ir a jugar, pero al hipódromo de Palermo.

Ya cuando estaba a pocas cuadras de bajarme, me mira con unos ojos desorbitados, inclina la cabeza, puesto que yo soy un poco más alto que ella y me dice, ya pareciéndose a un Gollum:

- Cuando llegués a tu casa le vas a contar a tu mamá que te agarró una vieja loca en el colectivo que no paraba de hablar… ¡¡Te dí una viaba!! Dijo alargando la primera “a” de la última palabra.

Entonces yo le respondí, ya antes de bajarme del colectivo una parada antes:

- ¡¡Ah, entonces usted se da cuenta de lo que produce en los demás!!

Al pisar la vereda sentía una paz y una armonía con el mundo increíble, no se si fue un contraste de haber estado mas de una hora con esa vieja o si realmente la mujer tenía poderes o algo, quizás me había exorcizado. Lo cierto fue, que ese mismo día más tarde, en el casino me había ido bastante bien.